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Devoción

  • Foto del escritor: En Primera Fila
    En Primera Fila
  • 26 sept 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 5 oct 2018



Transcurría mi día, como de costumbre, algo agitado y como siempre buscando la manera de cómo ganarle al tiempo. El día anterior, en clase de redacción, el profesor Ralph Zapata, de quien vengo siguiendo su admirable trabajo periodístico, me mencionó que le interesaba mucho cubrir para el diario El Comercio un interesante acontecimiento que ocurre todo los años por estas fechas: la peregrinación de la Virgen de las Mercedes en Paita.


De hecho siempre me interesó el tema de la peregrinación debido a que gran parte de mi vida viví rodeado de esa mística que envuelve la fiesta por esos meses en la ciudad porteña de Paita. Provengo de ahí y mi interés se volcó aún más por conocer cómo cientos de peregrinos surcan el litoral hasta llegar a la ciudad de Paita.


Por suerte pudimos conseguir contactos y coordinar todo a tiempo para emprender nuestra aventura periodística. Sin pensarlo, ya estaba en pleno viaje a Paita, sentado con mi profesor. Ahí, contándole mi vida y mis anhelos mientras el escuchaba muy atento y entendía mi pasión por la fotografía.

Partimos de Piura al promediar las 4.00 pm y al cabo de una hora arribamos a la ciudad de Paita. Al llegar, la devoción por la santa patrona se respiraba en el aire. Tomamos un taxi colectivo y nos dirigimos al balneario de Colán ya que los peregrinos entrarían por la playa La Bocatoma.


Cada segundo que pasaba, la emoción era incontenible. Volver a disparar con mi cámara en un evento así, para mí, era un gran logro después de tanto tiempo. Llegamos muy raudamente y empezamos a trabajar disfrutando cada segundo. Por un lado, el maestro de las líneas recolectando datos certeros y por mi lado, el aprendiz quien buscaba entender la incidencia de la luz sobre tremendo suceso.


La emoción nos duró hasta la noche. Mientras cenábamos, planificamos cómo sería la entrada de las agrupaciones de peregrinos hacia la ciudad de Colán, ya que ellos aguardaban metros antes para poder entrar a la ciudad con cánticos religiosos y en comparsa.


Las agrupaciones de peregrinos entraron a la ciudad y la cobertura fue mágica. Los cánticos envolvían en una especie de trance grupal a los devotos. Y yo estaba ahí, surfeando entre los claroscuros, los flare creados por la luz que siempre busca ser omnipotente y mi criterio de composición. Estaba fotografiando como nunca antes lo había hecho. Con devoción.


Cayó la noche en el pequeño balneario y sentí que había pasado la primera prueba. Estaba exhausto, sobrecargado de emociones. A la mañana siguiente, mientras trataba de sobrevivir al frío y al enjambre de zancudos que luchaba por atravesar una mítica frazada tigre que me salvó la vida, escuchaba tambores que anunciaban la salida de los peregrinos hacia la ciudad de Paita. Entonces desperté y recordé el motivo por el cual nos encontrábamos ahí: tener un registro histórico de la peregrinación que se realiza a través de litoral paiteño, a orillas del mar. Ese era nuestro objetivo.


Caminamos por un buen rato e, incluso, hasta corrimos para alcanzar al grupo de peregrinos que había salido muy temprano en la mañana. Buscábamos el amanecer y su maravillosa luz que se nos ofrecería más adelante. Al alcanzarlos, sentimos una gran motivación en sus rostros. Ya les faltaba poco para lograr su promesa y lo caminado hasta ahora era muestra de su gran devoción por la Mechita.


Contagiado por la devoción no dude en meterme al agua helada para hacer fotografías de tan grandioso suceso. Siempre buscándole otra mirada al suceso. Era tal cual como me lo había imaginado año tras año, cuando no me atrevía a emprender esta grandiosa aventura periodística y solo los veía llegar a lo lejos por ese serpenteante sendero a orillas del mar que conduce a la ciudad de Paita.


Coberturamos toda la mañana. En el camino encontramos una suerte de oasis que, con un buen vaso de chicha morada y su ceviche, nos dio la fuerza para terminar nuestra peregrinación. En el trayecto, conocimos a grandes personajes. Como el popular Carlos “El Maraquero”, un pintoresco joven que, de alguna manera, siempre me lo encuentro en estos meses de peregrinaciones. Carlos es mudo, pero sus palabras se traducen en aquel sonido curioso del par de maracas que siempre lleva consigo. Las hace retumbar con una gran devoción cada vez que se entonan los cánticos hacia la Mechita.


Finalmente llegamos a la ciudad de Paita, algo cansados, pero reconfortados por haber logrado el cometido. Personalmente puedo decir que esta gran experiencia me sirvió para conocer más de cerca la realidad de mi entorno, sus matices y contribuir en el legado histórico de mi nación. Aparte de eso, pude conocer más de cerca a mi maestro, con quien compartimos una charla amena que me sirvió para poder entenderme y entender lo que hago, sobre todo a tener devoción por lo que soy capaz de hacer.



Redacción y fotografía: Miguel Contreras


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