La razón que nos une a todos: el amor por la música
- En Primera Fila
- 14 nov 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 27 jun 2019

Suena la suite de Bach Nº 3 para violonchelo mientras caminas por las cálidas y casi sofocantes calles del centro de Piura. Quien toca es Alejandro Salazar Fernández, violonchelista de la Orquesta Sinfónica Municipal de Piura. Ni siquiera nota quien echa monedas en su linda lata de galletas, está muy concentrado en esa posición de abrazo con el mundo, con su chelo. No es la primera vez que lo veo. No es la primera vez que conversamos. Cada vez que camino por la avenida Grau me quedo mirando a la gran cantidad de músicos que han optado por darle un poco de música a la ciudad.

Él no es de acá. Nació en Venezuela, de madre venezolana y padre peruano. Tuvo que salir del país que vio a su familia constituirse, que lo vio nacer y crecer. Como muchos peruanos que salieron huyendo de las crisis y se adentraron en países desconocidos, él tuvo que empezar de nuevo. “No estoy solo, tengo a mi hermana, por suerte”, cuenta mientras acaricia su chelo. Es un acto instintivo y cotidiano, como si lo hiciera cada minuto del día.
— Siento que tu compositor favorito es Bach.
— ¿Cómo lo supiste?
— Reconozco a Bach y cada vez que paso estas tocando alguna de sus composiciones.
— Es verdad. Es mi compositor favorito desde que empecé a tocar.
— ¿A qué edad empezaste a tocar el violonchelo?
— A los 12 nos dictaban clase de música. Aprender a tocar violín era algo obligatorio. A los 15 años cambié al violonchelo y nunca lo dejé. Empecé a estudiar en el Conservatorio Nacional de Música de Venezuela Juan José Landaeta y estuve a punto de graduarme, estaba en el séptimo de 8 años cuando la situación fue insostenible y tuve que salir de mi patria.
— ¿Por qué el violonchelo?
— No lo supe con exactitud hasta mucho después. Creí que porque era más grande que el violín, pero no. Es por su sonido. Es muy expresivo. Primero pensaba que era un instrumento solitario, pero, a pesar de su melancolía casi innata, estar acompañado lo ensalza a él y a sus compañeros de orquesta.
— ¿Por qué tocan en las calles?
— Más que por el dinero que ayuda a mi familia, toco en las calles para compartir un poco de música con cada piurano. Les agradezco que me acojan. Todos nosotros, los músicos de la orquesta que hemos empezado a realizar esta actividad, lo hacemos por muchas razones, pero una de ellas nos une a todos: el amor por la música.
— ¿Cuánto tiempo llevas en la OSMP?
— Son 11 meses los que llevo acá ya, casi un año. No hago más que agradecer porque el piurano es, por naturaleza, muy cálido y lo hacen notar. En la orquesta me han tratado como uno más y eso me llena de alegría. Somos 6 venezolanos trabajando y compartiendo música en la orquesta, pero nadie ve nacionalidades cuando estamos ensayando o en presentación.
— Entonces, ¿no ha sido muy difícil este cambio?
— A pesar de todo, es difícil ser extranjero. Estar lejos de tus padres y de tu país no es fácil. Aunque te traten bien, siempre es duro. Se extraña mucho. Tu mamá se preocupa por si te tratan bien, con tanto compatriota regresando porque no encontró ninguna oportunidad. No quiero imaginar lo que sufrieron. Tuve suerte porque me tocó gente muy buena, pero no con todos fue así.
Terminamos de hablar y vuelve a tocar, otra de Bach. Vuelve a un mundo donde seguro es feliz, dijo que su chelo era melancólico pero solo se puede describir como hermoso el sonido que sale y te envuelve mientras caminas entre la calle Cusco y el jirón Arequipa.
Redacción: Carlos Gamboa
Comments