Recuerdos de un elefante
- En Primera Fila
- 3 oct 2018
- 4 Min. de lectura
El primer fotoperiodista de Piura y sus inicios en esta disciplina.

Una hermosa puerta antigua impregnada de un delicioso olor a café, debido la tienda de café pasado que se encuentra al costado, se abre y se pueden ver una gran cantidad de fotografías en el vestíbulo. El señor Arturo estaba solo, sentado en una zona algo oscura, mirando las noticias en la televisión. Por supuesto que hay personas que lo acompañan pero da la sensación que necesita a tantas personas como historias tiene para contar. Y es que son tantas que, para escribir un libro sobre eso, sería necesario que se publique en más de 10 tomos. No es una coincidencia que la primera promoción de la Universidad Nacional de Piura (UNP), a la que pertenece, se llame “Los elefantes” porque él tiene una gran memoria para sus 88 años.
“¿A qué debo esta nueva visita?”, pregunta mientras le alcanzan su agenda para anotar el nombre de estos molestos visitantes. “Me hice fotógrafo muy joven. Primero como aficionado mientras trabajaba en el diario El Tiempo y luego ya estudié en la escuela del arquitecto y fotógrafo Arnaldo Yipmantin, quien formo la primera academia fotográfica en el Perú”, cuenta con bastante exactitud.
Es imposible no hablar de Grelita, su esposa, cuando hablamos de fotografía porque también fue su compañera en esta travesía a través de negativos. “Yo conocí a la Grelita cuando era fotógrafo del diario El Tiempo. Trabajábamos hasta tarde, éramos los últimos en salir a las 11.30 de la noche. Nos quedábamos siempre los últimos tres –enumera con sus dedos como si pudiera olvidar algún nombre–. Mario Roa, encargado de los moldes de plomo; el señor Espinoza, encargado de la máquina rotativa; y yo, encargado de las fotografías. El señor Espinoza nos preguntó si no queríamos ir a una fiesta en la Mangachería, donde su hermano que era Desiderio Espinoza, un brujo famosísimo de Piura que ha muerto hace un año. Así que yo acepté y me llevé la máquina”. No deja de mover las manos y gesticular como si contara un cuento, tal vez para él es mejor que cualquiera de Disney. Se siente como si tu abuelito te contara cómo conoció a tu abuelita y no puedes dejar de sonreír y escuchar atentamente. “La casa era de un lado a otro, de Cusco a Junín. En cada salón había una orquesta y toda la gente estaba apiñada y bailaba. Cuando pasé por el segundo salón vi a una chiquilla que bailaba hermosísimo. Me encantaba a mí ver bailar y me quedé viéndola un rato. Luego fui a tomar las fotos a la familia. Nos invitaron a quedarnos y le dije a Mario: ‘He visto a una chiquilla que baila lindísimo. Voy a pedirle que baile conmigo y me tomas una foto’. Así que fui y le dije: ‘Señorita, disculpe usted, ¿me permite bailar?’, aceptó y ¡chá! Mario tomó la foto. Allí la tengo”, dice mientras señala una hermosa fotografía en blanco negro Fue la noche del 13 de febrero de 1954. Un amor a primera vista –o a primer baile- que lo acompañó por 57 años, poco más de medio siglo. Y lo sigue acompañando de muchas maneras. Dice que es su foto favorita, aunque él no a tomo.
Tiene tantas fotos que sabes que en todos esos archivos hay una vida. Una vida larga y, sobre todo, bien vivida. Ha retratado tan bien nuestra ciudad que al ver sus fotografías te transportas a una Piura diferente, donde habían puentes de tablas y las bancas de la Av. Grau estaban posicionadas para mirar a quiénes pasaban, en lugar de ver a los autos pasar.
Recuerda que le debe mucho a su fe. Cuenta que ora cada mañana y cada noche porque Dios le ha dado mucho. Su primer milagro fue Grela. El segundo fue aún más grande. A mediados de 1957, luego de perder a su primera bebé a los pocos minutos de nacer, regresó de la capital a Piura, su hogar. Ya trabajaba en el colegio Salesiano cuando se dio VII Congreso Eucarístico Nacional en Piura. Muchas imágenes veneradas por la comunidad católica llegaron a Piura. Pasaba por la Catedral y molesto porque la gente solo dejaba “puro ripio” al Señor Cautivo de Ayabaca. Le da todo su primer sueldo, a pesar que lo necesitaba, y entra a ver al “Cautivito”. Mientras caminaba se dio cuenta que ninguna de las imágenes que se vendían afuera reflejaba el verdadero ser de la imagen que, cuentan, fue tallada por ángeles. “Señor, esas imágenes no son tú. Por favor, déjame reflejarte a ti”, le rezó. Con la máquina prestada por un amigo, tomo la foto. “Gracias, Señor, me has permitido captarte. Eres tú”.
Esa foto se la vendió a los ayabaquinos y hasta allá lo acompañó su Grelita, que quería pedir el quedar embrazada. Allí ocurrió el tercer milagro. Pues luego de eso nació su hija Gremary y, ahora, tiene 3 hijos y una gran cantidad de nietas. Aun así se siente la nostalgia dentro de esa gran mente que no olvida. Nostalgia por lo que se fue. Su amada, esa Piura tan diferente, ese tranvía que pasaba frente a su casa, esas lavanderas que se iban al río Piura, esos “churres” que pescaban mojarritas, ese puente viejo, esas bancas en el puente donde podías conversar… Para quien fue reconocido en 1984 como el primer periodista gráfico de Piura y de las provincias del Perú, que ha visto el paso del tiempo, se vive en fotogramas en blanco y negro, uno a la vez.
Redacción: Grazia Hernández
Comments